Hace cuatro años comenté en otro lugar que España daba la impresión de vivir totalmente de espaldas a Portugal, casi como si no existiera. Veía, o creía ver, síntomas de tal desentendimiento por doquier. Me llamaba la atención, por ejemplo, que en los espacios metereológicos de TVE-1, Portugal solo figurara como un hueco, un descampado, una especie de tierra de nadie situado al oeste de la península, a orillas del Atlántico, sin indicación alguna de nombre de lugar ni del tiempo que hacía o pudiera hacer allí. Portugal estaba, literalmente, borrado del mapa. Recordé que los espacios correspondientes de la BBC no obliteraban de manera similar a la República de Irlanda para atenerse solo al norte de la isla hermana, incorporada en el Reino Unido, y que ello me parecía un detalle digno de elogio.
¿No se daban cuenta los de Prado del Rey de que suprimir así a Portugal era poco menos que un insulto, un ninguneo, aunque no fuera intencionado? ¿De que muchos portugueses veían sin duda la televisión española y podían sentirse heridos al constatar que para ella no existían? ¿De que a numerosos españoles con intereses en Portugal, turísticos o empresariales o los que fueren, les sería de utilidad estar al tanto del tiempo previsto allí?
No ha habido rectificación. Portugal sigue siendo para TVE-1 una mancha marrón sin señas de identidad. Y no ocurre solo en la televisión estatal. Para Cuatro, sin ir más lejos, nuestro vecino es un trozo de papel de plata arrugado, atravesado, eso sí, por dos hilillos innominados que resultan ser el Duero y el Tajo. En la frontera se paran en seco, como si chocasen contra un muro infranqueable, los símbolos de nubes, soles, relámpagos, lluvia. Portugal, para el hombre o la mujer del tiempo, ni existe ni tiene clima. Y eso que está ahí, pegado a nosotros, con sus 10 millones de habitantes.
¿De dónde procede este no sentir a Portugal como algo cercano? ¿Del hecho de que para los españoles el portugués hablado es sin duda más difícil de entender (y de leer) que el español para los lusitanos, lo cual crea ya de por sí una barrera inicial? ¿De percibir o sospechar cierta hostilidad latente en muchos portugueses hacia este país, hostilidad originada siglos atrás con la anexión española de su territorio entre 1580 y 1640 y la siguiente guerra de independencia, e incrementada ante el temor de nuevas tentativas asimiladoras o acaparadoras? Tal vez se trata sobre todo de la dificultad lingüística. El hecho es, de todas maneras, que se habla poquísimo de Portugal en los medios de comunicación españoles y que, para muchísimos ciudadanos, Portugal podría estar todavía en la luna, o más allá.
¿Y una unión futura de los dos países dentro de la Comunidad Europea, superados recelos previos? Nada más producirse el cambio trascendental de 1931, el fervoroso republicano que fue Antonio Machado --que años atrás había apuntado, en un famoso poema, que "el Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla"-- aludió con complacencia a la posibilidad, que reconocía lejana, de tal matrimonio. Hoy es José Saramago --el primer escritor portugués de todos los tiempos que se ha hecho genuinamente popular en España-- quien vuelve a levantar la bandera de una futura República Federal Ibérica. Sus declaraciones al respecto acaban de recibir el beneplácito de otro premio Nobel cuyo apego a las tierras de Pirineos abajo es bien conocido. La creación de un Estado ibérico y federal que integrara Portugal y España, ha manifestado Günter Grass , es "una propuesta interesante". Y ha añadido: "Un Estado ibérico también tendría, en Europa y en un contexto federal, un peso mucho mayor que el de dos estados aislados".
Parece indudable. Se trataría de un Estado de unos 55 millones de habitantes, ubicado inmejorablemente entre Europa y Africa, orientado tanto hacia el Atlántico como al Mediterráneo, y con un potencial extraordinario. Grass ha admitido que tal vez no sea realizable el sueño federal iberista, al cual, como es obvio, se pueden oponer muchos argumentos. También ha dicho que Europa no debe temer la inmigración, que la mezcolanza es lo bueno, y que es precisamente la nueva savia, la mezcla de sangres, de culturas, lo que hace que un país avance. En el caso concreto de la península Ibérica, ha recordado, con razón, que el mestizaje ha generado cosas grandiosas , entre ellas, a su juicio, la novela picaresca. De todo ello sabe muchísimo el maestro Juan Vernet .
Aunque no se vea nunca la soñada Iberia federal, el acercamiento ahora en curso de los dos países, propiciado por la compartida pertenencia a la nueva Europa comunitaria, está ya acarreando notables beneficios para ambos, proceso que es de suponer continuará. Mi sueño personal sería que se multiplicasen los contactos culturales entre ellos.
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